sábado, 28 de octubre de 2017

PALABRAS PARA JÓVENES POETAS


                                           

 

 

 

 

 

 

Imagen: Madame Lolina

CASIPALABRAS PARA  JÓVENES POETAS
Bah, las palabras. Cómo llenan la boca con su sabor salobre. Cada una su sal. Cada uno su vómito, la rosa y el poema.
Donde vosotros decís “puto” yo digo desgarradura. Donde gritáis “joder”  yo grito asfixia, esa espina de rabia que crece en la garganta. Que forma la garganta con rayo que no cesa.

Vomitar el dolor, ¿quién no lo ha hecho?

Aquí tenéis sangre de Alejandra Pizarnik, desconsuelo líquido de Cesare Pavese, desamor palpitante de Idea Vilariño o de Alfonsina Storni, aliento suicidado de Silvia Plath, pasión en ascuas de Lorca o de Luis Cernuda, desesperación adicta de Poe, de Rimbaud, de Baudelaire, de Claudio Rodríguez; del Leopoldo María Panero despeñado en los abismos de la locura.
¿Creéis que inventáis las pérdidas o el anhelo que corta los sueños en su misma raíz?

Cada bofetada es al mismo tiempo la primera y el peso de todas las bofetadas que la realidad nos ha dado, que los amantes han dado, que han dado el fracaso y la impotencia. Con que nos van a seguir golpeando. Sus golpes son los acumulados siglo a siglo y arden como las pérdidas de Antonio Gamoneda, como la pira en que se consumió Dido y en que gritaron hasta la muerte los puros, los excluidos, los raros, los sodomitas, los transformados en escarabajos por obra de ojos ajenos y alienados. Por obra del miedo y la crueldad.
Donde vosotros gritáis se dan la mano todos los gritos, antiguos, actuales y los que aún no han empezado a derramar su lamento, a escupir su vesania, a beberse su láudano.

Crear es escupir, sí. Más lejos, más fuerte, más alto, más grito, ¡cómo duele el dolor, lo arrojo fuera de mí, larva que me devora y crece y crece!
Para templar la voz y aullar Aullidos Ginsberg.

Para encontrarla en mi voz. Solo así puedo ser yo.
¿Ser..?

SSSSSSerpiente que desliza sus preguntas ofidias,
de espinazo que interroga.

O no ser.
¿No ser?

Contradicción, Walt Whitman.
Parir a Hamlet cada vez que dudamos.

Quienes nacemos con la desgarradura, con la atracción del vértigo, somos animales literarios. Nos inscribimos en la ruta larguísima de catástrofe y tedio, ¡oh hastío de vivir!, ¡oh poetas malditos!
Escribimos.
En la ruta erizada de peligros, de minotauros y de argonautas, de asnos de oro y doncellas que cantan aferradas al arpa; en la ruta de arena y música callada, que ama y odia a Beatrices y Lesbias y Elisa, vida mía.
De cuervos, gatos negros, patas de mono, hojas de hierba y flores en cuyos pétalos tiembla el Mal.

Criaturas construidas con pedazos o caparazón, esclavas del pálpito de la sangre en la arteria, de la obsesión malsana, perseguidoras de ballenas blancas o islas con vahinés, desde los salones palaciegos o sobre la alfombra voladora de los tejados de París. Y sobre ellos Venecia, el inalcanzable Tadzio, la ruta hacia las Ítacas que solo abre la llave de la memoria. Y bajo ellas la carretera que atraviesa el Infierno hasta Comala y otras tierras baldías, siempre criatura extraña que sufre y se levanta y alcanza la gloria y vuela,
que avizora,

que altazora.
Poesía.

Puta poesía, también yo sé decirlo. Y no me gusta. Desgarrasía. Para insuflar aliento al cuerpo inanimado, brasas de agosto en los mismos pulmones de la asfixia, hebras de luz en medio de la noche oscura de la mente, en el amor oscuro, en el odio sombrío. En el desierto desolado donde aguardan los tártaros.
Donde yo
ya no yo.
Llama sobre el brocal, lengua, áspid.
En siemprellueve.

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