lunes, 1 de febrero de 2016

Luz de febrero



 Poner los pies en febrero, el erigido alcázar desde el que abarcar las cumbres y llanuras de la vida. El horizonte se despliega y a la vez contrae sus bordes, la infancia, la vejez. Ancha esta madurez irrefrenable de músculos reñidos, de mirada que se remansa y aniña, de paz en liza y batallas por culminar su “qué sé yo”.
  Cada paso que se da deja atrás los no dados. ¿Dónde lo que ha arrastrado el tiempo en tolvanera de besos y reproches? ¿Dónde y hacia dónde sino hacia un marmorir de espuma aún tibia, con la mirada alta, devanando las hebras de la corriente, absorta en lumbre y música?
  De grietas y rendijas brotan las malas hierbas. En rendijas y grietas anidan las arañas de saliva traslúcida, nido o celda donde hundir la memoria.
  Escucho. No hay sonido que pueda evitar que escuche: reptan los años, silban furiosos, se ciñen al cuerpo sus anillos.
  Y una se olvida, árbol de savia lenta,  de la insolencia de ramas y gorriones, del cantar de la luz a través de celosías verdes, de la necesidad de respirar